domingo, 4 de septiembre de 2011

SEPTIEMBRE, MES DE LA PATRIA

Recemos por Chile con un corazón agradecido de todo cuanto nos ha regalado (escrito por Monseñor Fernando Chomali G.)


En septiembre suelo pensar especialmente en Chile, mi país. Miro con alegría a sus habitantes. Me llaman positivamente la atención las miles y miles de familias chilenas que no sin dificultad se levantan muy temprano para ir a trabajar, para ir a estudiar. Algunos lo hacen en circunstancias heroicas pero siempre con buena cara. Los chilenos tenemos ánimo. Y eso me da esperanza y alegría.

Chile es un país estrechamente vinculado al cristianismo. Las enseñanzas del Evangelio atraviesan cada rincón del país, cada calle, cada casa. Aunque muchos quieran desconocerlo o desentenderse de él, allí está. Y la Iglesia, en los momentos en que el país parece tambalear como un barco sin timón en medio de la tormenta allí está, siempre dispuesta a servir. Sobre todo cuando se trata de defender la dignidad de la persona humana. Chile es un país precioso que a pesar de las dificultades tiene la energía suficiente para levantarse una y mil veces. No se amilana porque conoce de adversidades, pero más conoce de trabajo arduo, de paciencia y de amor.

Chile es un país que en estos últimos treinta años ha dado un salto en lo macroeconómico impresionante. Ningún país en América Latina puede mostrar un ingreso per cápita promedio de 15 mil dólares al año. Ninguno puede mostrar el número impresionante de jóvenes estudiando en la universidad que son en sus familias los primeros en hacerlo. Chile es un país que ha crecido y eso no se puede negar.

Chile es también un país que tiene heridas. Heridas  que tenemos que sanar pronto. Son heridas que supuran y duelen mucho. Aunque muchos no las quieran ver o las nieguen allí están. Duelen en el alma.

La primera herida es el trato que se le ha dado y se le sigue dando a los pueblos originarios. Falta mucho por avanzar para que se les reconozcan sus derechos en cuanto tales. Se les respete efectivamente su cultura, se les reconozca como un gran aporte a la sociedad y se les dé reales oportunidades de desarrollo y de estudios. Esa herida seguirá abierta si no se trabaja sin tregua en ello. Los pueblos originarios forman parte de la historia de nuestro país, son una gran riqueza y no pueden seguir, en su gran mayoría,  pobres, marginados y faltos de oportunidades.

También Chile llora por sus jóvenes. Hay seiscientos cincuenta mil jóvenes entre 18 y 28 años que no estudian ni trabajan. Allí están, alimentando tristeza, rabia e impotencia. Allí están esperando y no pueden seguir esperando. Ello depende de cada uno de nosotros y no sólo de las políticas públicas que por ellos se hagan. Lamentablemente estos jóvenes son los más pobres y los que tienen menos apoyo familiar y redes sociales que los ayuden. Están solos. Y eso duele. A ello se suma una gran inequidad entre los chilenos en materia de ingresos económicos, educación, salud, vivienda, en definitiva en todas aquellas realidades que permiten llevar una vida conforme a la dignidad de las personas. El grito persistente de los jóvenes es fruto de esa inequidad. Hay que escucharlo atentamente y hacer todo lo posible para revertir la situación.

Otra herida es la disgregación familiar. Duele que un país que ha forjado su historia en torno a la familia fundada en el matrimonio, hoy esté tan pauperizada. Las políticas públicas amparadas por una pobre concepción del hombre han desfigurado el rostro del matrimonio y todo lo que ello significa. Sin embargo, sigue siendo muy valorado por los jóvenes de nuestro país. Y eso es una riqueza que tenemos que cuidar.

Recemos por Chile con un corazón agradecido de todo cuanto nos ha regalado y con las manos abiertas para dar lo mejor de nosotros mismos para superar todas las dificultades.


(FUENTE: ARZOBISPADO DE CONCEPCIÓN)

No hay comentarios: